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EL PECAT DE SER CATALA, dedicat al Ministre Wert
dimecres 1/maig/2013 - 09:42 1673 3
Ho he trobat extraordinari, i ho volia compartir !!
Francisco Javier Cubero Egea va néixer a Badalona (Barcelona, Espanya) el 1960.
Llicenciat en Filologia Hispànica per la Universitat de Barcelona i
tècnic especialista en Arts Gràfiques, actualment desenvolupa la seva
tasca docent en el programa de Graduat Superior de Disseny de l’Escola
Elisava, centre adscrit a la Universitat Pompeu Fabra, i al Col·legi
Santa Teresa de Lisieux de Barcelona, on és professor de llengua i
literatura.
Autor de diversos llibres inèdits de poesia, poemes seus han aparegut
en diverses revistes espanyoles i d’altres països com Argentina,
Colòmbia, Mèxic o Perú. Ha publicat “El corazón de limo” (Barcelona:
Paralelo Sur Ediciones, 2007).
És el creador i editor del portal d’Internet eldigoras.com i director
de la revista de literatura Paralelo Sur, publicació semestral en
paper editada a Barcelona.
Ha escrit aquest magnífic text que convindria que llegís el Sr
Ministre Wert, cosa que dubto que faci. Deu tenir altres feines més
importants…
“ESPAÑOLIZAR” O EL PECADO DE SER CATALÁN
Haber nacido en 1960 me proporciona una cantidad considerable de
recuerdos, entre ellos el de un niño de 6 años que cada mañana, en el
patio del colegio, cantaba el “Cara al sol” con el brazo en alto, como
si fuera un juego, mientras una bandera, roja y gualda, ascendía por
el mástil.
De aquella época es también una fotografía de escolar dócil posando
ante un decorado de libros, con un ventanal de cipreses pintados al
filo de un arroyo, un busto de Cervantes y un mapa político de España.
Una fotografía en blanco y negro coloreada con anilinas tristes ya, de
tiempo y de experiencia.
Quien supo de materias obligadas, como una Religión centrada en el
pecado y en la culpa o aquella denominada Formación del espíritu
nacional guiada por el odio y por el miedo para cultivar un
nacionalismo español de hoja perenne, oye ahora mensajes parecidos,
bajo la misma bandera que esconde el águila aunque esté claro que
mantiene las garras afiladas.
Así el país, aquel país tan impuesto como ficticio, vuelve hacia el
blanco y negro maquillado de anilina, de la mano de un ministro de
Educación apellidado Wert: «Sí, nuestro interés es españolizar a los
alumnos catalanes».
Fui un alumno catalán curiosamente españolizado. Mi madre, nacida en
Granada, contrajo matrimonio con mi padre, nacido en Zamora, y algún
tiempo después nacía yo en la ciudad de Badalona. El catalán estaba
perseguido por el nacionalismo español gobernante, la escuela era en
castellano, la ideología venía de la mano de aquellas enciclopedias
Álvarez que, sin embargo, recuerdo con afecto. El tiempo tuvo que
llevarse la mitad de mentira, de imposición y de odio que contenían
ciertas enseñanzas. Algo debió ayudar tener buenos maestros que no
eran catalanes, una madre cariñosa e inteligente que les pedía a los
vecinos que nos hablasen catalán a mi hermano y a mí, o un abuelo
andaluz tan republicano como honesto.
Pero los vecinos que eran catalanes nos hablaban en castellano, ¿quién
sabe cuánto de cortesía y cuánto de miedo podía haber en aquella buena
gente cuyo pecado principal consistía en ser catalanes y hablar
catalán en Catalunya? ¿A alguien se le ocurre que se le pueda prohibir
hablar su lengua a un castellano en Castilla? Ahora parece que la
memoria es frágil, aquí no sólo se persiguió al republicano, también
se persiguió al catalán sólo por serlo, algunos se olvidaron pronto o
se inventaron otra historia.
Crecí en un país cuyo interés era españolizar a los niños catalanes.
Aunque yo no hablaba catalán tuve que acostumbrarme a ser “polaco” y
decidí aprovechar, a los veinte años, el Servicio militar obligatorio
que me llevó a Sevilla para empezar a hablar un catalán titubeante con
aquellos catalanes que no me conocían. Así, cuando volví, empecé a
construir mi segunda lengua, el catalán, a pesar de un franquismo que
pensábamos muerto, a pesar de una educación españolizante, a pesar de
quienes nos llamaban polacos, como si fuera una broma, como si no se
destilase en el apelativo ese odio ancestral de “lo español” hacia lo
diferente, ese afán de imposición y tabla rasa.
Empecé a hablar catalán por voluntad propia y por convencimiento de
que esa lengua debía ser tan mía como la otra, por vivir en una tierra
integradora a la que durante mucho tiempo se le ha negado su esencia
de nación. Y eso nada tenía en contra de España, de una España ideal
que siempre ha sido bombardeada desde la Meseta y desde sus aledaños.
De una España que fuera tan integradora como Catalunya, que estuviera
orgullosa de una diversidad real. Una España que hoy ya parece
imposible.
Pareció un proyecto viable en la mal llamada Transición, donde hubo
ejemplos de diálogo y donde las concesiones a la presión de la
oligarquía franquista y de un ejército contaminado dieron a luz una
Constitución pactada que, a pesar de todo, podía suponer un marco de
convivencia. La politización de los tribunales acabó con ese sueño y
un Tribunal constitucional manipulado y disminuido en número demostró
que lo votado en un parlamento y refrendado por la mayoría de una
población podía ser deshecho por un puñado de magistrados.
¿Democracia?
El 11 de septiembre de 2012 salió a la calle un pueblo cansado de tres
siglos de incomprensión, cansado de la continua involución de la
política española, cansado de la corrupción de la casta política,
cansado de la gestión de la crisis financiera. No es el dinero lo que
mueve las banderas independentistas, es la dignidad que un día y otro
pisotea esa Castilla antigua que se llama España.
Y la respuesta es el insulto y vuelve a ser el miedo. La respuesta es
seguir intentando arrinconar la lengua hermana en ese cainismo
miserable que lastra la historia de lo que pudo ser España y hoy no es
más que el Estado español. Ahora nos dicen que no somos soberanos, que
no podemos decidir nuestro futuro, ni los catalanes de padres
catalanes, ni los catalanes de padres castellanos, extremeños,
andaluces… Esto es la democracia española, escrito en castellano, con
el dolor de quien creyó en una democracia verdadera y hoy se pregunta
a qué espera el 15M, a qué esperan los verdaderos demócratas para
salir a denunciar en la calle el regreso del odio, de la
intransigencia, de la uniformidad.
Soy profesor de castellano en Barcelona, mis alumnos hablan dos
lenguas con el mismo orgullo, el castellano con un dominio similar o
mejor que el de la mayoría de los niños de Castilla. En mis clases de
castellano no hay ideología, hay reflexión. Hay lengua, una lengua
castellana hermosa y rica, con una tradición literaria que está muy
por encima de la política cicatera de estos tiempos. Mis alumnos no
necesitan que venga nadie a españolizarlos, quieren crecer libres y
ser demócratas y que se les acepte porque son personas y no porque
puedan ser votantes. Son catalanes en un sistema educativo integrador,
donde la lengua vehicular es el catalán, la lengua propia de
Catalunya. Esa Catalunya que pudo ser nación española y que tendrá que
ser nación europea, lo que siempre ha sido; pero de la mano de un
independentismo gestado fuera de Catalunya por los intolerantes.
¡Qué lástima que en el resto de España haya tan poca empatía, tan poca
capacidad de entender lo diferente!
Mañana es 12 de octubre, no voy a celebrar vuestra incomprensión. Ser
catalán era, para muchos catalanes, la única manera de ser español;
ahora será la única forma que tiene un catalán de ser europeo.
No soy nacionalista, los nacionalistas son Wert o Rajoy, el que calla.
Soy catalán, señores, mi padre es de Zamora, mi madre de Granada. No
voy a alegrarme ni voy a repartirme cuando llegue la independencia.
Soy catalán, votaré por esa independencia, y espero que algún día
podamos ser buenos vecinos, al fin y al cabo soy profesor de
castellano, esa lengua que otros llaman español.
Francisco Javier Cubero Egea
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