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Sobre la inevitabilitat del destí...
dissabte 20/octubre/2012 - 07:34 618 1
"¿Cómo decirte?... ¿Lo sospechas ya? La gente corriente no es consciente de ello. Pero tú tienes que enterarte de que a las personas no solamente las atan las palabras, los juramentos y las promesas; y que nisiquiera son los sentimientos y las simpatías los que rigen las relaciones humanas.
Hay algo diferente, una ley más severa, más dura, que determina si dos personas están ligadas o no...
Es como la complicidad. Esa ley fue la que estableció que yo tuviera que ver contigo. Yo conocía esa ley. La conocía incluso hace veinte años. Cuando te conocí, lo supe enseguida. No tiene ningún sentido que me haga el modesto. Creo, Eszter, que en realidad, de nosotros dos, soy yo el que tiene el carácter más fuerte. Claro, no en el sentido de los manuales de moral. Pero soy yo -el errante, el infiel, el fugitivo- quien ha podido permanecer, con todo mi empeño y convencimiento interior, fiel a esa otra ley que no figura en los manuales ni en los códigos penales, y que, sin embargo, es la verdadera. Es una ley dura. Atiéndeme. La ley de la vida dicta que acabemos lo que un día empezamos. No es precisamente un motivo de alegría. En la vida nada llega a tiempo, la vida nunca te da nada cuando lo necesitas. Durante largos años, nos duele ese caos, esa demora. Pensamos que alguien está jugando con nosotros. Sin embargo, un día nos damos cuenta de que todo ha ocurrido determinado por un orden perfecto, encajado en un sistema maravilloso... Dos personas no pueden encontrarse antes de estar maduras para su encuentro... Maduras, no desde el punto de vista de sus inclinaciones y de sus caprichos, sino en su fuero más íntimo, obedeciendo la ley irrevocable de sus destinos, de sus estrellas, de la misma manera que se encuentran dos astros, en la infinitud del universo, con una exactitud perfectamente determinada, en el instante previsto, en el instante que pertenece a los dos, en la infinitud del espacio y del tiempo, según la leyes de la astronomía. Yo no creo en los encuentros fortuitos. (...) He conocido a mujeres guapas y a mujeres entusiasmadas; y también a otras, que parecían el diablo en persona; he conocido a verdaderas heroínas, capaces de seguir a un hombre por las eternas nieves de Siberia; he conocido a mujeres maravillosas que sabían ayudar y disipar por un tiempo la infinita soledad de la vida. Sí, he conocido a muchas mujeres -concluyó en voz baja, como si estuviera hablando para sí mismo, como si estuviera repasando sus recuerdos. (...) Qué otra cosa podía haber hecho. Siempre te he estado esperando -añadió, con amabilidad, pero sin énfasis, de una manera elegante y humilde-. ¿Que quieres que haga? ¿Qué puedes hacer tú con esta confesión tardía que a nuestra edad ya no tiene ningún significado ni ningún valor moral?"
La herencia de Eszter, Sándor Márai.
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