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Contra la tristesa
dijous 10/febrer/2011 - 10:08 1654 4
solo hace falta sonreír, aunque sea por lo bajini, de complacencia o coincidencia o complicidad, abrir la boca levemente, las comisuras inmóviles, mientras pasan, en tribu o en banda, maestros despreocupados con su fruto, una hilera de niños y de niñas con las manos enlazadas, de todos los tamaños y todas las condiciones, sin preguntarse siquiera quiénes son o quiénes quieren ser, y aun menos de quiénes son hijos. Forman la hilera o la casta de la felicidad más absoluta, a las cuatro menos cuarto, aquí en Manresa.
Contra la tristeza solo hace falta sonreír, mientras en la mesa de al lado la mujer incapaz, con las uñas pintadas, sostiene el hombro amigo de un antiguo amante, de su propio marido. Un hombre enorme, en la enormidad de su vejez, deambula hacia el lavabo sin conocer su destino. La mujer se ha levantado, amante siempre, y mientras se abotona su abrigo le sube la bragueta a su amante, despistado y enloquecido por la edad y por la vida que le ha sido regalada.
Contra la tristeza solo tenemos que agradecer la observación de otras tristezas menores o mayores que la nuestra, y en todo caso relativas, y poderlas mirar con nuestros ojos. Ahí están, para ser observadas, como feria de muestras de nuestra naturaleza, tan triste y tan hermosa a la vez.
Hay quien se cree el señor o la señora de un reino, y acaba complacido de saber, cuando mira estas cosas, que no puede serlo todo, pero sí aspirar a todo.
Aquí en Manresa se me ocurren estas cosas, de las que he sido espectador privilegiado, el regalo de la vida, de la vida de otros y de nuestra propia vida.
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